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Desde bien pequeños, tenemos muy presente el juego en nuestras vidas. El juego, además de un derecho, es una necesidad que tienen los niños. Es una herramienta indispensable para ir conociendo y aprendiendo de su entorno.
Mediante el juego los niños experimentan con todo lo que les rodea. Aprenden el funcionamiento de las cosas, la relación entre causa y efecto y, en general, la manera en la que funciona el mundo.
Por ello es importante que les permitamos desenvolverse en este ámbito, que les acompañemos en este proceso y les ayudemos a descubrir el mundo con nosotros. Además de ser beneficioso para ellos, también nos servirá a nosotros para volver a ver nuestro entorno de forma diferente.
¿Qué beneficios aporta el juego?
El juego ayuda a estimular y desarrollar nuestros sentidos. Nos ayuda a plantearnos posibles soluciones a los diversos problemas con los que nos podamos encontrar. Todo lo que se aprenda durante el juego nos servirá, posteriormente, para aplicarlo en nuestra cotidianidad. Se podría decir que, el tiempo empleado en actividades de juego, son pequeñas prácticas para la vida.
Nos ayuda a desarrollar el pensamiento abstracto, a ampliar nuestra capacidad de respuesta al aplicar un mismo remedio a situaciones que sean similares, de manera que nos dotamos de nuevas herramientas para el día a día.
También nos permite socializar con los demás, aprendiendo e interiorizando las maneras de interactuar, las normas sociales, las pautas a seguir... Y, por supuesto, ayudando a desarrollar aspectos como la empatía, la amistad o el cuidado hacia los demás.
Mediante el juego también aprendemos a desarrollar la paciencia y a gestionar nuestra frustración. Al jugar a juegos en los que haya que ir por turnos o se tengan que seguir determinados pasos, aprenderemos a saber esperar, a respetar los turnos de los otros y a interiorizar que no todo tiene que ser cuando nosotros lo digamos. De esta manera, también aprendemos a cooperar con los demás y a desarrollar el compañerismo. Estos aspectos son fundamentales para que se arraiguen principios y valores, como el respeto a los demás y la búsqueda de soluciones amistosas ante posibles conflictos que se puedan generar entre ellos.
Jugar también es una forma de expresarnos. A través de este medio, los niños pueden expresarse más libremente, dar rienda suelta a su imaginación y reflexionar sobre todo aquello que le rodea. Además de ser un momento de esparcimiento para ellos, también es un momento de encuentro con sus semejantes o con adultos, que les permite interactuar y enriquecerse.
Por otra parte, jugando nos ponemos a prueba a nosotros mismos. Probamos nuestras capacidades y observamos cómo funciona nuestro cuerpo: saltando, corriendo, resolviendo cuestiones que se puedan plantear, etc. Esto ayuda a que nuestra autoestima se vea reforzada: formar parte de un grupo, los pequeños logros que se hayan conseguido, la satisfacción que esto produce...
El juego nos ayuda a seguir creciendo y conociéndonos. Por eso, los mayores y los pequeños, no deberíamos nunca dejar de jugar.
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